lunes, 12 de mayo de 2008

Cuando los mundos chocan


Todos lo estaban esperando y pasó. Yo no lo esperaba y por eso no me mentalicé para que sucediera o no sucediera, pero -cuando llegó el momento- sucedió.
Chocamos.
Digo, mi hermano Manu y yo, colisionamos. Tuvimos un cruce de personalidades. No fue nada del otro mundo, pero sacamos algunas chispas.
Llegó del Jardín con Papá y en el sanatorio se encontraron con el tío Héctor, que estaba de visita. Se pusieron a ver unas fotos y todo estaba perfecto. Después vinieron mis tíos Silvana y Eduardo, y todo siguió bien. Incluso tuvo el gesto de cortesía de servir de anfitrión para mis tíos, presentándome. Nadie lo obligó, salió de él.
Las cosas estaban más o menos en su lugar. Hasta que tuve la osadía de tener hambre, sueño o lo que se me cantara en ese momento, y de la única manera que sé avisarlo lo hice: lloré. Y esa masa de carne y pelos se puso medio loquita. Claro, No pasa nada, dijo Mamá.
Logró contenerme algunos segundos, no lo niego, pero mi insistencia lo superó y ahí medio que se sacó. Tomás, levantó la voz para que yo me calmara. Tomás, insistió, y sonó feo. Ni bolilla le di. Al contrario, más me decía, yo más lloraba. ¿Ah, sí? ¿Te hacés el malo? ¡Yo soy más malo! Dicho esto a los alaridos en mi idioma. Tal vez exageré un poco y sus intenciones fueron buenas, quizá propias de la novedad o el susto, pero por las dudas que sepa que no me va a venir a hacer callar de prepo.
Eso fue todo. Si les llega otra versión, no la crean. Esto fue lo que pasó. Es la pura verdad.

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Un montón de amiguitos

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