domingo, 11 de mayo de 2008

Día 1


Año 1, día 1, hora 1.
Ahora sí, basta de franela introductoria y pasemos a los hechos.
Poco puedo contar de las instancias previas a mi llegada; eso que con tono fatalista seguramente les relatará otro. Puedo hablarles de lo que tiene que ver conmigo, aunque la mayor parte la rescate entre la bruma.
¿Cuándo decidí nacer?
Esta es la última foto, fue lo que dijo mi Papá ayer a la tarde, cuando la retrataba a Mamá por novena vez en otros tantos meses. Es un comienzo. Quizás lo tomé de manera literal y se me ocurrió que era buen momento para nacer.
Pantallazos. Eso es lo que tengo.
A la nochecita, en el shopping Alto Avellaneda, en un pasillo, comenzando a hacer fuerza para salir y Mami haciendo lo mismo, pero para que vuelva a entrar.
O a la noche-noche, mientras Mamá tomaba un baño de inmersión que la relajara y yo pensaba...
¿Te parece que es hora de relajarse?
Como las contracciones se habían disparado -ocurrían cada 2 minutos-, la partera Teresa le dijo a mi Papi que salieran corriendo hacia el Sanatorio de la Trinidad, que allí se encontrarían en la guardia. Considerando que yo sería el segundo hijo, los tiempos se aceleraban, por lo que corría el riesgo de nacer, digamos, sobre un taxi.
¡Paren todo!
La prioridad era garantizar la seguridad de mi hermano, que dormía en su cuarto el sueño de los inocentes. Como lo habían previsto y dada la gran cantidad de gente que se ofreció a cuidarlo anticipando esta circunstancia, mis Papis dieron comienzo al Plan A: los tíos Fernanda y Héctor, nuestros vecinos de abajo.
Nadie atendía ni en la casa ni en los celulares. Oh-oh.
Bueno, era una posibilidad. Imagínense, sábado a la noche; la gente, suele salir a divertirse... Entonces pasaron al Plan B: la abuela Katty.
No atendía ni en la casa ni en el celular. Lo mismo ocurría con el abuelo Pichi. Oh-oh.
A no desesperar. Era hora del Plan C: mi prima Florencia, que vive a una cuadra.
Nada por aquí, nada por allí. Oh-oh.
Mientras Mamá se cambiaba y desesperaba por encontrar a alguno de todos los mencionados, Papá juntaba todos los petates y pergeñó el Plan D, que bordeaba la desesperación: la tía Liliana, que vive en Barracas.
Al fin, alguien que respondió y afirmativamente.
El siguiente paso fue encontrar un taxi. Como no podía ser de otra manera considerando el contexto, tenía demora. Pero, bueno, finalmente, todo se encarriló: llegó la tía y, enseguida, el taxi.
Mis Papis partieron raudamente y el viaje resultó bastante apacible, dentro de todo.
Ya en la guardia del sanatorio, la partera revisó a Mami -confirmó que yo estaba a minutos de nacer- y le dio varias órdenes a Papi, que tenían que ver con la internación, la burocracia hospitalaria y los antecedentes médicos.
Y yo que quería nacer. Y Mamá que sufría.
Llegaron los abuelos. Mi Papá los saludó y se vistió para presenciar el alumbramiento. Cuando le permitieron el paso, lo primero que escuchó fueron los alaridos de alguna pobre mujer que sufría los dolores de parto. Como la voz desgarradora le resultaba irreconocible, al principio no supo de quién se trataba. Luego la vio: era Mamita. El espectáculo era poco recomendable y una enfermera lo hizo salir a los empujones.
Afuera nuevamente, un padre primerizo le dijo con ironía: Nadie dijo que sería fácil...
No pasa nada, lo y se tranquilizó Papi. Esa que grita es mi mujer.
Inmediatamente lo volvieron a hacer entrar. Los gritos tenían que ver con la ausencia del anestecista, que estaba disfrutando de una fiesta de 15 y por eso no llegaba.
El obstetra esperaba afuera al colega demorado y la partera le sugería a mi Mami que tratara, no sé, de cerrar las piernas, más o menos. Pero los dolores la estaban matando y ella empezó a pujar. Al principio, sin ritmo, pero después encontró la cadencia justa.
No habrán pasado más de 10 minutos que salí como un chicotazo.
Parirás con dolor, dispuso Dios y así fue; exactamente a la 1.45 del domingo 11 de mayo de 2008, en la ciudad de Buenos Aires. 4,500 kg, gramo más, gramo menos, fue lo que pesé y 51 cm mi estatura. 38 semanas exactas, aseguró la neonatóloga. Una enfermera me higienizó, tomó la temperatura, me vistió y comprobó 2 cosas: que mis pies son enormes y que, en ciertas circunstancias, como por ejemplo cuando nazco, tengo un humor de perros.
De ahí mi Papá -un tipo alto, ojeroso y con olor a tabaco negro- me alzó y me llevó para que conozca mi Mamá, que me aguardaba ansiosa.
Después todo fue coser y cantar. No se pueden quejar: les dejé pasar una noche tranquila. Me limité a hacer cacona, comer y dormir, que es lo que se esperaba de mí.

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Un montón de amiguitos

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